Por Ángel Américo Fernández
Es muy vieja la aspiración de las ciencias nomológicas de invadir el campo de las ciencias sociales para imponer a través de sus métodos una mirada positivista en la comprensión de los asuntos humanos. A partir de la tesis de una supuesta unidad de las ciencias, según la cual las ciencias todas se componen de teorías y, por tanto, no debe haber diferencias en el nivel del método, se han puesto en marcha tentativas varias para hacer encajar las ciencias humanas, interpretativas o hermenéuticas en los esquemas legaliformes de tipo empírico-analítico.
El trabajo de Jurgen Habermas (1996) en La lógica de las ciencias sociales ha puesto de relieve el marco teórico-metódico que sirve de andamiaje a la invasión de las vertientes lógicas sobre dominios de las ciencias del espíritu. Partiendo de la unidad de las ciencias mantenido por Popper, las teorías permiten la deducción de hipótesis legaliformes que sirven a la explicación y al pronóstico, de modo que para unas condiciones iniciales dadas se puede con la ayuda de una ley, inferir el estado que va a seguirse o, a la inversa, para un estado final dado, se puede basándose en una ley, sacar las respectivas conclusiones acerca de las condiciones iniciales (p.107). Este esquema, muy avenido para las ciencias nomológicas, sirve de apoyo al enfoque logicista para incursionar en terreno de los asuntos y motivos humanos. El empeño es trasladarlo a la interpretación de las ciencias históricas en aras de establecer causas, que ellos llaman condiciones iniciales, y las consecuencias que serían la evolución posterior o estado final.
Precisando: un evento de alguna clase específica E, en un determinado espacio-temporal se le da lectura considerando unas determinadas causas que lo determinan, de donde se desprende que el aserto según el cual un conjunto de eventos C1, C2, C3 etc., han actuado como causas del evento a explicar, equivale a afirmar que, de acuerdo a ciertas leyes generales, un conjunto de eventos de la clase mencionada viene acompañado por un evento de la clase E.
Desde esa perspectiva, las vertientes de la lógica analítica incursionan ambiciosamente en asuntos capilares como hecho histórico, causas, consecuencia, legalidad etc., para el abordaje de la interpretación histórica. La tentativa es disponer de un “reservorio” de leyes generales que sirvan de marco explicativo en el mundo de la historia. De esta manera es renovada la vieja tentación de tratar a los fenómenos humanos como si fueran fenómenos naturales, tratando de captar recurrencia y regularidad para fijar como “ley” cierta “causalidad” que explica hechos históricos, obliterando que las ciencias humanas son por su constitución y cantera de lenguaje disciplinas hermenéuticas. Y, como decía Dilthey: en la vida histórica se nos presentan fines de los que nada sabe la naturaleza “El juego de las causas eficientes, sin alma alguna, es reemplazado aquí por representaciones, sentimientos y motivos (El mundo histórico, 1944, p.46).
Una de las empresas logicista más audaces y ambiciosas fue la emprendida por Popper, Hempel y E. Nagel en el paso de las décadas 50/60 del siglo pasado con el propósito de aplicar a la historia las coordenadas de la lógica para subsumirla en una estructura hipotético-deductiva y tratarla conforme a un esquema de causalidad que facilitaba ingresar leyes generales en los sucesos históricos. En esta dirección epistemológica se buscaba encuadrar la historia bajo el formato de enunciados como el que sigue: sobre el evento E, sea A una acción específica realizada por un individuo X en la ocasión T a fin de alcanzar algún objetivo O. (Habermas ob. Cit., pp.107-110).
Sin embargo, sea el que fuere el enunciado lógico que verse sobre un suceso, aunque el historiador lo haya aferrado deductivamente, no por ello se puede afirmar que el evento queda en el marco de una ley. El evento histórico está transido por lo probabilístico y, en no pocas ocasiones por la incertidumbre. Y ello es así, porque detrás de cada evento histórico hay un magma de fondo y un cuerpo fluvial de “redes estocásticas” que actúan en las causas; éstas no funcionan como en las relaciones causa/efecto de la naturaleza sino como motivos, intereses y pasiones humanas. Por tanto, es imposible entenderlas o subsumirlas en rígidos criterios empírico-analíticos.
Para la mirada positivista “no hay ciencia más que de lo general”, pero las disciplinas histórico-hermenéuticas que no se rigen por la medición sino por la interpretación y el lenguaje, tienen su cantera en la pluralidad y multiplicidad de hechos singulares. Dice Hegel en su Fenomenología del espíritu que “en lo que concierne a las verdades históricas… se concederá fácilmente que versan sobre la existencia singular, sobre un contenido visto bajo el ángulo de lo contingente y lo arbitrario, es decir, sobre determinaciones no necesarias de él” (1983, p.28).
En esta perspectiva, el historiador siempre va al fondo y busca cuestiones decisivas, por lo que está desafiado a explicar el suceso considerando condiciones suficientes. La búsqueda de causas no encuentra límites en el campo lógico de ningún enunciado, y ello, porque bregando con condiciones de incertidumbre, el historiador en última instancia apela a su juicio histórico. Mas las justificaciones de este tipo ya no pueden ser objeto de ulterior análisis en un marco positivista. (Habermas, ob. Cit., p. 109). Parece claro que el rodeo metodológico que emprende el historiador supone un conjunto de elecciones sobre los aspectos sustanciales de un suceso histórico, y las dimensiones distintas que lo componen. No cabe duda de que la elección que hace el historiador en su envite antecede a los supuestos probabilísticos que se hacen ingresar en la conexión de determinadas variables y, por tanto, no pueden someterse a comprobación para consolidar una ley.
Los puntos de vista que permitan al historiador hacer sus elecciones, pertenecen a interpretaciones generales, teorías marco o visiones del mundo del investigador de la historia y, por descontado, no adscritas a un régimen de comprobación. Estas teorías o visiones del mundo a modo de paradigmas generales se constituyen en coordenadas de interpretación porque las mismas forman parte de la formación previa del sujeto que investiga. De modo que el historiador dispone de una “caja de herramientas”, amplio margen de información, estructuras cognitivas, contexto y manejo de datos, conservando un espacio de decisión para hacer valer su “juicio histórico”. Y en este terreno nada puede hacer la lógica explicativa bajo leyes generales, pues se entra de lleno en el campo de una hermenéutica filosófica. Una vez dada esta ubicación, el historiador tiene un campo abierto de posibilidades para hurgar en la tradición, la cultura y el bullir de intenciones que movilizan a los sujetos sociales, y en ese dominio se fundamenta mucho más una interpretación y una narrativa que un modelo lógico. En una interpretación narrativa más que deductiva es posible desentrañar los plexos de sentido anclados en las acciones de los sujetos dotados de lenguaje que se encuentran enredados en una historia.
Habermas apela al ingenioso trabajo de William Dray para horadar en el planteo positivista logicista. Este autor pone en tela de juicio la aplicabilidad del covering law model (modelo de ley de cobertura) a la investigación histórica. Trata de mostrar que la investigación histórica no cumple la condición de subsunción bajo leyes generales, y tampoco precisa cumplirlas (Ibíd., p.110).
Dray explica sus tesis con un ejemplo: “Luis XIV murió en la impopularidad porque había seguido una política que era lesiva para los intereses nacionales de Francia”. Ante las objeciones del historiador sobre la problemático de considerar ese enunciado como una “ley” general, el lógico acudirá al expediente de formular enunciados más explícitos, tales como “los gobernantes que siguen una política contraria a los intereses de los súbditos se hacen impopulares”, y seguramente ante la argumentación del historiador de que cada “política” de un gobernante se le debe dar una lectura singular dentro de un contexto y determinadas circunstancias, la respuesta de tenaza del lógico será la de añadir especificaciones a la “ley” tratando de enunciarla en forma más precisa, por ejemplo: “Los gobernantes que implican a sus pueblos en guerras, persiguen a minorías religiosas y mantienen una corte parasitaria se hacen impopulares”. Resulta obvio que esta estrategia del lógico conduce irremisiblemente a una serie indefinida. Luego, no puede darle cierre a su peculiar libro de historia.
Contra este tipo de planteo, los argumentos del historiador rebasan las tenazas del modelo de cobertura logicista, pues siempre puede alegar en el magma de los acontecimientos, la tradición y los azares, nuevos elementos explicativos que no pueden ser encapsulados en el rígido marco de una ley general.
En esta dirección, Habermas ha apuntado que el enunciado elegido por Dray no es el más afortunado. En efecto, brota de bulto que por ser tan acotado y restringido le da una cierta capacidad de maniobra a las tenazas del “lógico”. Pero si en lugar de ese enunciado elegimos otro de mayor complejidad y más omniabarcante en tiempo, espacio, condiciones o tradición, sería aun más complicado regimentarlo en los protocolos de la lógica. Por ejemplo: el derrumbe de un imperio, las causas de una guerra o la expansión de un movimiento religioso.
Sostenemos sin ambigüedades que a medida que aumenta el contenido empírico y la variedad del paisaje de actores humanos junto al entrevero de ideologías, pasiones, motivos e intereses, queda completamente averiada hasta la nulidad la “capacidad de maniobra” del “lógico”. Y es que el historiador cuando indaga sobre causas no tiene en mente una colección de enunciados lógicos, pues en el horizonte de su mirada se alza imponente la tupida trama y complejidad del “mundo histórico”. Es el mundo y no la lógica su problema.
Referencias:
Dilthey, Wilhelm. (1944). El mundo histórico. Edit. Fondo de Cultura Económica. México.
Habermas, Jurgen (1996). La lógica de las ciencias sociales. Edit. Tecnos, Madrid.
Hegel, G. W. F. (1983). Fenomenología del Espíritu. Edit. Fondo de Cultura Económica. México.