Por Patricia Vega Jiménez y Marvin Amador Guzmán
Delineando la ruta:
No es una historia de amor y odio, es una relación indisoluble y armónica. De esta manera se podría resumir la relación entre comunicación y ciencias sociales.
Cuando se creó la carrera de Ciencias de la Comunicación Colectiva, –un pomposo apelativo heredado de la tradición ciespalina de los años 60–, en la Universidad de Costa Rica en 1967, se le ubicó en la Facultad de Derecho porque los impulsadores del proyecto eran abogados de profesión.
La estadía se prolongó por más de un quinquenio. En 1974, cuando nace la Facultad de Ciencias Sociales, la Escuela de Comunicación ingresa como una más de las ciencias o disciplinas científicas que se ocupan del comportamiento y las actividades de los seres humanos.
La comunicación resultó ser un espacio extraño y polivalente. Ingresaba dentro de las ciencias relacionadas con la acción social, como la sociología, la antropología, la economía o la etnografía. Pero también coincidía con el ámbito de acción de Ciencias relacionadas con el sistema cognitivo humano, destacándose entre ellas la lingüística, de la que tan deudora es la teoría de la comunicación, y la psicología. Y, además, se incorporaba dentro de las ciencias relacionadas con la evolución de las sociedades: arqueología, historia, geografía.
La comunicación colectiva era un híbrido que tenía características de diversas áreas de las ciencias sociales pero, a su vez, esta multiplicidad resultaba ser su especificidad. Es una ciencia social que implica una relación social compleja que se establece dentro de un contexto económico, político, social y cultural particular, el cual influye y modifica la comunicación. Es un proceso social de construcción, producción y reproducción, transmisión y consumo de significaciones sociales, por medio de las cuales se construyen pautas culturales, en tanto crea identidades “individuales y colectivas” y modifica los comportamientos.