Por Javier H. Contreras Orozco
Hace años la actividad del narcotráfico irrumpió en el país, y en especial en el estado de Chihuahua, dejando una huella indeleble en la sociedad chihuahuense. Antes de la violencia desmedida e irracional, reinaba la paz y la tranquilidad, salvo los hechos de delincuencia común, que sin restarle importancia, al menos no alteraban el orden ni la estabilidad. Esos años -a distancia-, se ven con nostalgia y añoranza.
La ubicación geográfica del estado de Chihuahua, ha sido parte de su desventaja, como también una ventaja. La cercanía con el principal cliente comercial, ha privilegiado las actividades industriales y manufactureras así como comerciales, tanto para la importación como la exportación. Estar en una frontera, es una posición envidiable para muchas entidades y países por el flujo de mercancía, dinero y personas. En cambio, tiene la desventaja de que, lamentablemente, una de las vocaciones de las fronteras son el contrabando y el tráfico de drogas por la demanda y oferta que desarrollan esas comunidades emergentes y mixtas.
Durante muchos años, por ciudad Juárez, Ojinaga y Janos, principales fronteras de Chihuahua con EUA, el tráfico de productos de origen norteamericano o de otras nacionalidades fue el motor económico de esas regiones, así como el paso de droga de aquí hacia Estados Unidos de Norteamérica. Este país, además de ser el principal cliente comercial, es también el principal consumidor de droga en el mundo. Tiene un segmento muy atractivo con una demanda rica y exigente para cualquier negocio, sobre todo, cuando las mercancías requeridas deben ser trasladadas por fronteras muy porosas y con controles laxos y sobornables, aunque con el rostro de impenetrables y sofisticadas. Esa historia de abastecer de droga a los vecinos “gringos” es muy vieja, con los estigmas entre corruptos y honestos que se han lanzado el oferente y el demandante, o las justificaciones de combate a los narcotraficantes, mafias o malos policías, pero con una gran falsedad e hipocresía.