Por Guillermo Muñoz Matutano
El modelo de gestión de la ciencia se puede redefinir situando al personal de investigación y sus condiciones materiales como origen de toda la significación científica.
La acción y la defensa de la actividad en la ciencia necesita nuevos sentidos que la impulsen. Una importante influencia en esta búsqueda de sentidos la podemos encontrar en el área de investigación clasificada como la historia desde abajo, que aborda “la historia colocando a los trabajadores comunes en el centro del estudio”. Siguiendo este ejemplo, el modelo de gestión de la ciencia se puede redefinir situando al personal de investigación y sus condiciones materiales como origen de toda la significación científica. La propuesta de fuentes de sentido guiadas por estas premisas queda enmarcada en el seno de las luchas internacionales para mejorar las condiciones del conjunto de la sociedad trabajadora.
Este sentido crítico nace desde un malestar cronificado, compartido y sufrido durante décadas. Un malestar que señala a la precariedad como etiqueta de época y adjetivo de cualquier entorno laboral actual. Sin embargo, el malestar se constituye como etapa previa para dar pasos hacia los procesos de emancipación. Es durante esta transición cuando aparecen preguntas que nos permiten reencontramos con una fuente de sentido, como aquella que nos cuestiona: ¿es esto vivir? En la respuesta aparece una propuesta política que nos transforma desde sujetos definidos por los malestares hacia sujetos de resistencia activa. En palabras de López Petit: “El malestar hay que politizarlo. El malestar no es sólo lo que nos pasa a nosotros individualmente, sino la apertura a otras posibilidades de existencia”.
No son los resultados finales, ni la abstracción más generalista de la ciencia lo que sostiene la producción de la investigación, sino el conjunto del personal de investigación y su dignidad laboral.
La adquisición de sentido crítico aparece como un discreto desplazamiento de coordenadas. No son los resultados finales, ni la abstracción más generalista de la ciencia lo que sostiene la producción de la investigación, sino el conjunto del personal de investigación y su dignidad laboral. Marina Garcés ya nos advertía que “solo se puede enseñar a pensar con valentía desde las condiciones materiales y las relaciones laborales dignas”. Por tanto, solo podremos pensar en producir ciencia de alto valor social al resignificar el contexto de la ciencia, ofreciendo alternativas de transferencia como opciones de dignidad social y laboral. Es esta dignificación del trabajo la que revierte los efectos de la servidumbre, obstáculo de toda innovación. Porque desde este contexto, innovación y transferencia social deben significar “redistribuir el poder”.
La redistribución del poder afecta directamente a los modos de producción, pero, hoy, a la vez debe ampliar los espacios de lucha hacia las condiciones de la habitabilidad. Como señala el político chileno Daniel Jadue, “la cultura de lo productivo ha acabado equivaliendo a lo destructivo”. La ideología ilimitada de lo productivo ha acabado chocando con la finitud cultural de la materia y de la vida. La incorporación de las condiciones de habitabilidad frente a las de productividad reconfigura el marco desde donde consolidar los múltiples conflictos que hoy están activados desde el feminismo, el ecologismo, el postcolonialismo, pero también como lecturas críticas y transformadoras del papel de lo tecnológico y su relación con el entorno laboral. La defensa por la habitabilidad abre un frente de lucha que hoy es transversal y multipolar.
El problema de la habitabilidad en la ciencia y la investigación exige revisar el propio papel de nuestra producción y gestión científica.
Pero esta posición destacada de la habitabilidad debe proyectarse localmente sobre el día a día de nuestras prácticas y la gestión de los recursos compartidos. La habitabilidad, de esta manera, cuestiona el funcionamiento diario de nuestras instituciones. Como advierte Diego Sztulwark, “el problema de la forma de vida es inseparable de las instituciones colectivas. Instituciones de lo común y vida virtuosa van juntas”. En concreto, el problema de la habitabilidad en la ciencia y la investigación exige revisar el propio papel de nuestra producción y gestión científica.
Una revisión que debe incidir sobre el concepto de proyecto civilizador, como señala Stengers, pero formulada desde la más íntima materialidad de la práctica de nuestras instituciones. Debe constituir una crítica sobre el propio sentido de investigar. La adquisición y consolidación de dignidad y derechos ha de implicar una transformación desde un sistema de ciencia basado en el rendimiento, la capitalización y la competición, hacia otro sostenido por parámetros de habitabilidad, redistribución y cooperación.
La elaboración y formación de sentido debe venir acompañada por el tiempo de la atención. Una atención que también aparece como espacio de conflicto y de tensión social con una doble vertiente analógica y digital. El origen de la actual crisis de atención no puede situarse en los medios tecnológicos, sino en el contexto de sus usos y los posicionamientos previos. Unos medios y tecnologías que en ciencia e investigación quedan dominados por el negocio de la publicación de artículos. Con la irrupción de la IA y los modelos generativos, hoy la dominación se proyecta sobre la explotación comercial del proceso de escritura y de la edición de textos e imágenes. En el análisis de la atención, Franco “Bifo” Berardi asocia estos espacios digitales con una comunicación conectiva acotada por el intercambio de sintaxis informativa. Esta conectividad, sin embargo, deja de lado los aspectos caracterizados por la formación de vínculos y afectos, propia de la atención producida en una comunicación presencial conjuntiva.
La resignificación de la identidad investigadora debe ser entendida como una apuesta clara contra la cultura competitiva y meritocrática.
Para Berardi, estar atentos significa habitar el presente. Este será uno de los requisitos en la formación de sentido, ir más allá de definirnos como sujetos que proyectan su identidad como posibilidad de futuro, esencialmente productivista. En ciencia e investigación hemos de abandonar la idea de identidad como currículo en expansión y en constante aceleración. La resignificación de la identidad investigadora debe ser entendida como una apuesta clara contra la cultura competitiva y meritocrática, ampliamente analizadas por autores como Michael Sandel. La cultura del éxito es mucho menos creativa, sorprendente y cooperativa que las ricas e importantes lecciones que se desprenden de las experiencias, en palabras de Jack Halberstam, de “fracasar, perder, olvidar, desmontar, deshacer, no llegar a ser, no saber…”. Experiencias, todas ellas, que cualquier profesional de la investigación experimenta cotidianamente. Recuperar la atención debe significar habilitar vacíos que liberen espacio para el pensamiento y la resistencia.
Sin embargo, para que el sentido crítico desencadenado por la atención sea efectivo y afectivo no puede estar únicamente motivado por el malestar. La liberación de los espacios debe estar acompañada por una experiencia de placer y alegría. Fue Simone Weil quien defendió que “la inteligencia no puede ser movida más que por el deseo. Para que haya deseo, es preciso que haya placer y alegría. La inteligencia crece y proporciona sus frutos solamente en la alegría”.
Pero, ¿qué significa esa alegría? La irrupción de las nuevas vidas-trabajo ampliamente descritas por autoras como Remedios Zafra en el análisis de la precariedad de las profesiones creativas, vincula los fenómenos de la hiper-productividad con cualidades emotivistas, como vocación, motivación y entusiasmo. Por tanto, esta alegría asociada a la recuperación del sentido y de la atención va mucho más allá de una confrontación simple entre pesimismo y optimismo. La mezcla entre lo privado, lo personal y lo laboral multiplica y complica los términos. Hoy hablamos de optimismo cruel, pesimismo irónico, hedonía depresiva, fatiga afirmativa…
Carla Bergman y Nick Montgomery comentan que “el concepto de alegría de Spinoza no es una emoción, sino que implica un aumento del poder de afectar y ser afectado”. En consecuencia, la alegría puede ser entendida como herramienta emancipadora que proporciona agencia colectiva e individual anti-productivista, pero que hoy se manifiesta a través de una enorme variedad de formas, incluso contradictorias. La capacidad de recuperar sentido necesita tanto de las formas de análisis pesimista, para estrechar el valor de la alianza, como de los afectos, de los vínculos comunitarios y del deseo humano.
El sujeto investigador como elemento individual de rendimiento está claramente vehiculado por una cultura hegemónica y simplista de la producción empresarial.
Son precisamente esos afectos formados como vínculos colectivos los que experimentamos con la conjuntividad que subraya Berardi. De ahí nace su sugerencia por trabajar en la construcción de una nueva ética de la relación social. Los nuevos sentidos de la investigación han de ser sensibles a esta emergencia de la ética relacional. Los equipos de investigación y de trabajo de los proyectos científicos hoy en día atraviesan las paredes del laboratorio y se completan con personal de gestión, de administración, de comunicación… Las dinámicas de co-creación y co-investigación apuntan a estrategias de colaboración con el conjunto de la ciudadanía. El sujeto de la investigación es un sujeto colectivo. Visibilizar esta apuesta política, como base misma de la generación de sentido en la ciencia, supone una alternativa frontal a la idea de sujeto investigador como elemento individual de rendimiento, claramente vehiculado por una cultura hegemónica y simplista de la producción empresarial.
El modelo de producción de subjetividades lo podríamos encontrar en el contexto de la crisis del estado nación: “Los pueblos, las comunidades y los movimientos sociales han de convertirse en sujetos, no meros objetos de derecho, reconstruyendo formas de acción colectiva que trasciendan la visión clásica del Estado”. La recuperación de sentido en el seno de la investigación y la ciencia ha de ejercerse desde esta producción de subjetividades colectivas que nacen desde abajo.
Sobre nuestra geografía más cercana encontramos una emergencia de colectivos sociales vinculados a la defensa de los derechos y las condiciones del personal de investigación, como son la Federación de Jóvenes Investigadores (FJI-Precarios), FPU Investiga, InvestiGal, Asemblea de Investigadoras de Compostela, Coordinadora Valenciana de Treballadores de la Ciència, Ciencia con Futuro, Investigación en Lucha, Jóvenes por la Investigación de Tenerife, Dignidad Investigadora, Asociación Nacional de Investigadores Hospitalarios, Red de doctorand@s del CSIC, FPI en lucha, Piratas de la Ciencia, o el sindicato CCOO-CSIC… todas ellas integrantes de la coordinadora Marea Roja de la Investigación. La acción desde estas organizaciones, intensamente dedicadas a ofrecer sentido, se proyecta sobre las necesidades del otro, y no solo desde las del yo.
Una de las actividades desarrolladas en colaboración por todos estos colectivos son las Jornadas de Cultura Laboral en Investigación (J-CLI), cuya primera edición tuvo lugar en Santiago de Compostela, Valencia y Madrid, en semanas consecutivas de octubre de 2022. En ellas se puso en práctica todas estas formas de recuperación de sentido: el análisis del malestar y de la habitabilidad, los aspectos cooperativos, la formación de nuevos sujetos colectivos por medio de vínculos y afectos, la politización del ocio, las redes de apoyo e información… Remedios Zafra abría una de las jornadas organizadas en Valencia, y su propuesta quedaba comprimida con tres conceptos de resistencia: conciencia, alianza e imaginación. Conciencia crítica que nos permita situar al malestar. Alianza que nos ayude a formar estos nuevos sujetos colectivos. Imaginación, como acción que activa la alegría de esa inteligencia conjuntiva. Marea Roja de la Investigación prepara la segunda edición de J-CLI durante este mes de noviembre, repitiendo actividades en las mismas ciudades. Esta vez el lema de Zafra, “conciencia, alianza e imaginación”, se incluye como condensado de intenciones de las jornadas.