Por Claudio Bifano
Para finales del siglo XX, Venezuela contaba con una comunidad científica que en apenas cuatro lustros había logrado situarse entre las primeras en productividad en América Latina. Este logro se alcanzó gracias a un uso adecuado de los recursos —un pequeño porcentaje del PIB— que los gobiernos de turno, que aún sin valorar el verdadero significado de la ciencia para el desarrollo económico y el bienestar de la sociedad, anualmente destinaban a la actividad científica. En los primeros años de lo que llamamos el comienzo de la ciencia organizada en el país, estos fondos eran mayoritariamente administrados por investigadores de las ciencias básicas, quienes diseñaron las primeras políticas para su organización y desarrollo. Hay que subrayar que si bien Venezuela llegó a figurar en el medio científico junto con otros países como Brasil, Argentina y México, los gobiernos que tuvo el país entre los años cincuenta y noventa no consideraron a la ciencia como una materia de interés para el Estado ni diseñaron políticas para su desarrollo. Este logro fue el resultado del esfuerzo y la visión de largo alcance de los investigadores que estuvieron a cargo de su gestión. Hasta la década de los setenta, los investigadores de las ciencias básicas fueron los responsables del diseño y planificación de la actividad científica. Y aunque en la década de los ochenta y noventa la dirección del ente del Estado destinado a esos fines, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT), que también había nacido por iniciativa de la comunidad científica, ya no estuviera en manos de investigadores, el rol de los científicos fue siempre determinante para su funcionamiento. Por lo tanto, no es aventurado decir que el desarrollo de la ciencia en Venezuela fue producto de iniciativas de investigadores más que de políticas de Estado.
En Venezuela, al igual que en otros países de la región, la ciencia nunca fue una variable importante en la ecuación del desarrollo económico y social. Fue más bien considerada como algo que era conveniente hacer más como expresión de la cultura de la sociedad que como un medio real de desarrollo. La disponibilidad de recursos económicos, que dependían esencialmente de los precios del barril de petróleo en el mercado internacional, permitió que se destinara algo de dinero para que mejorara la educación superior, se fortaleciera la infraestructura de los centros y laboratorios de investigación y así avanzara el proceso de creación de nuevo conocimiento y se considerara la necesidad de vincularlo cada vez más a la producción de bienes y servicios. Pero, hay que reiterar, todo esto ocurrió sin que el Estado lo solicitara en función de programas que hubiese establecido para el desarrollo del país. Fue de esta manera que se construyeron los lineamientos de política que sirvieron de base para la creación y desarrollo de la ciencia organizada en el país.