Hoy, mientras nos despedimos de Margot Benacerraf (1926-2024), reflexionamos sobre su obra y celebramos su vida. Casi un siglo en el andar de una artista que queda impregnado en la cultura de un país. Su visión, su talento y su dedicación serán una fuente de inspiración para todos aquellos que creen en el cine como un arte. Su espíritu creativo, su vitalidad, su tremenda energía, su carácter detallista, meticuloso, vive en cada cuadro de sus películas y en cada una de sus realizaciones, recordándonos siempre que el cine puede capturar la esencia de la humanidad y, en ese proceso, iluminarnos a todos.
El pasado miércoles, el mundo del cine perdió a una de sus figuras emblemáticas: Margot Benacerraf, cineasta y gestora cultural cuyo impacto en la cultura venezolana deja tras de sí una herencia vital de casi un siglo.
Nacida en Caracas en 1926, Benacerraf mostró desde joven una inclinación natural hacia las artes. Tras cursar estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Central de Venezuela, obtuvo una beca que la llevó a los Estados Unidos, donde asistió a cursos de dramaturgia y cine en el Departamento de Drama de la Universidad de Columbia, dirigido por Erwin Piscator.
Su pasión por el cine la condujo finalmente a París, donde se formó en el prestigioso Institut des Hautes Études Cinématographiques (IDHEC), la famosa academia francesa ahora conocida como La Fémis. Fue en esta ciudad, cuna del cine de autor, donde Benacerraf encontró su voz como cineasta, y como muchos otros jóvenes estudiantes de su generación se empapó en la Cinemateca Francesa de las obras que luego integrarían su estilo distintivo.