Por Alicia Pineda
Presentación
El coronavirus-19, el mismo microorganismo e más allá de ser evaluado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como “virus peligroso, mortal, sigiloso” se convirtió desde su inesperada llegada aquél miércoles 11 de marzo del 2020 en una especie de nuevo leviatán, tan poderoso que no respeta a nadie ni a nada, recorre el mundo sin “pasaporte ni visa”; altera los hábitos cotidianos y los ritos sociales ligados a la vida y la muerte, sin que le importe un comino; desnuda las realidades políticas de tomas de decisión y de sus actores sin pedirles permiso ni ocultar nada; y pone “sobre la mesa” el porte de nuevas indumentarias y parámetros de distancia social, que ninguno que desee seguir viviendo debe dejar de lado: lavarse las manos, usar la mascarilla tapaboca, permanecer como mínimo a un metro de distancia de nuestros semejantes, y quedarse en casa. Nada da darse la mano, besitos, abrazos, o cualquier otro tipo de “amapuche”. Para eso, otras culturas, más comedidas afectivamente, brindan opciones…
Pero, el efecto más radical de este leviatán post-moderno llamado sintéticamente covi-19 ha sido la invasión inconsulta y plurisémica (varios significados) sobre nuestro sistema de creencias y expectativas relativas al Día D, es decir, sobre lo qué pasará cuando este incómodo invasor sea derrotado por la vacuna, cuya producción estuvo generando ya nuevas marcas en las apuestas mundiales sobre quién se ponía en la punta de la carrera innovativa. En este sentido, desde el martes 11 de agosto del corriente año, Rusia está de primera.
Pensar el Día D, retrotrae el mundo de la cultura digital a la clásica división moderna entre apocalípticos e integrados que tan oficiosamente nos enseñara a distinguir el semiólogo italiano Umberto Eco (1978) al referirse a los impactos de la moderna cultura de masas.
Así, atendiendo a lo anterior, en el bando de los apocalípticos, cuya versión popular se acerca a la idea común que tenemos sobre los “profetas del desastre”, se agrupan los que piensan y opinan que la pandemia es una especie de “adelanto desastroso” del Mesías post-moderno que anticipa la llegada de renovados tiempos: un nuevo orden internacional justificado por el fracaso de la gobernanza neoliberal en su aplicación de criterios de eficacia y eficiencia en la resolución de problemas de naturaleza económica, divorciados por su afán estratégico-instrumental de la ética y de toda identidad comunitaria. Según los apocalípticos, la pandemia llegaría, entre otros, para poner patas arriba el fracaso absoluto del self-love como principio egoísta que resume el primero mis intereses, contradictoriamente-dominante- en el tan buscado bien común, sostén de la economía capitalista, y cuyo andar por la rueda de la historia es ya muy añejo.
Por su parte, los integrados no ven la necesidad de cambiar los términos del ya anciano contrato social instrumental, amoral, neoliberal: por el contrario, durante los días más extenuantes de la pandemia, hacían glosas a mantener el funcionamiento operativo de la economía, las libertades individuales de circulación y la decisión de prescindir de las incómodas mascarillas y de los nuevos comportamientos sociales impuestos por la presencia del virus… ¡Tanto escándalo¡, dijo alguno, por la presencia de una “gripeciña”…; “sí la pandemia nos afecta y se lleva 200 mil personas, vamos bien…”, afirmó otro. Ambos, líderes de la gobernanza y de la jungla política reinante en el orbe.
Sin ser ni apocalípticos ni integrados, y desde una visión más real que acepta lo caótico de la epidemia como enseñanza de vida ligada, entre otros, a la complejidad y multicausalidad de los acontecimientos no desvinculados de los desajustes sistémicos entre economía, ética política, sociedad, cultura y comunicación, se puede optar por analizar la pandemia, no para descubrir y seguir evidenciando lo pernicioso de sus efectos, por lo demás muy evidentes, sino para generar series de argumentos explicativos cuyo conocimiento sirva para hacer comprender la necesidad de producir las soluciones a las pandemias como indisolublemente unidas a la necesidad de supervivencia comunitaria.
Atendiendo a los argumentos anteriores esta obra contiene, por ahora, 20 CRÓNICAS DE CUARENTENA, ya que “el decir” sobre la pandemia es aun una historia inacabada, que apenas comienza a contarse. Estas crónicas son fragmentos de textos mediáticos, sociales, circulantes en las tradicionales y nuevas plataformas tecnológicas que se mueven entre la “supuesta y cuestionable objetividad” del relato y la subjetividad de los comentarios de la autora, características propios del género periodístico seleccionado, y sin olvidar su hibridez que hace difícil ahora no mezclar los géneros (una crónica puede parecer un artículo de opinión, sin que lo sea). Las temáticas puestas en escena abarcan efectos de la pandemia sobre el comportamiento individual y social, sobre la vida cotidiana de la gente, sobre los procesos de gobernanza global y sobre los procesos de construcción de identidades individuales y sociales.
El hacer de la escritura un remedio ante el hastío, ante la saturación física y psicológica de situaciones inimaginables sobre la vida y la muerte evidenciadas como efectos de la pandemia, y el no poder hacer nada, aparte de seguir las medidas preventivas, y distraer día a día los miedos provocados por la epidemia, deja como resultado una constelación de “posibles sentidos” contenidos en las crónicas brindadas en esta obra abierta, y actualizados en sus diversos contextos; otros sin duda, esperan por la interpretación y construcción de sentido por parte de los públicos.